No
puedo fechar un comienzo. Si busco en mis recuerdos aparecen las finales largas
y resuena aquello de “ay qué casualidad, ahora una guerra mundial…” de uno de
los más legendarios cuartetos, Tres notas
musicales. Sé que canturreaba el estribillo de Las viudas de los bisabuelos del 55 (“si el viejo levantara la
cabeza…”) y tengo la certeza de que me aprendí enterita las letras de Una chirigota con clase porque la cinta
de cassette sonó durante meses en mi casa. Entonces los coros me parecían
extraordinarios y las comparsas me resultaban demasiado tristes…
Muy
pocos días después de que Los Yesterday marcasen
un antes y un después en mi vida, el mundo quiso que me pelease con él y, de
algún modo, se llevó también la afición que por entonces nacía. No dejé de
escuchar carnaval ni de aprenderme letrillas, pero tampoco puedo datar cuando
se convirtió, ya sí y a pesar de los pesares, en una inmortal locura.
Hoy, el
arte de los coros me sigue pareciendo magistral, he comprendido que el oficio
de ser cuartetero es de los más complicados en Carnaval, me sigue maravillando
el ingenio de las chirigotas y aquellas músicas y letras que me parecían tan
tristes dejaron de serlo para formar parte de la banda sonora de mi vida.
Decidí Carnaval
porque sí. Porque me acompañó mientras me levantaba de algunos golpes, porque
celebré a ritmo de 3x4 muchos de mis triunfos, porque dieron un toque
revolucionario a mi personalidad, porque me mostró que una misma realidad tiene
muchos puntos de vista, porque si al periodismo le pusiésemos música tendría
que sonar así. Carnaval porque convierte personas y momentos en imborrables,
porque me emociona, porque no deja de sorprenderme, porque critica, porque no
se calla, porque suena a libertad y porque con él me enamoré de una ciudad que
me enseñó que hay atardeceres que no se pueden pagar con nada. Carnaval porque
es sinónimo de Cádiz –y eso lo resume todo –.
El
último día de enero nos va a regalar el inicio del COAC; vuelven los nervios y las emociones, las
ganas de disfrutar. Haya quien haya, porque todos los que pasaron alguna vez
por el Gran Teatro Falla hicieron tan grande el Carnaval que hoy éste no se
limita a ningún nombre ni ningún apellido. Afortunadamente (aunque a veces nos
pueda la nostalgia y echemos de menos a quienes no quisieron o no pudieron
estar).
Llegó
el momento de poner el contador de los sentimientos a cero y dejarse llevar… Febrero
vuelve a venir meciéndose en coplas. Después será el turno de la calle, de
contagiarse de risas y alegría, de inyectarnos de la energía que solo algunas
cosas de la vida saben dar. Y cuando se cierre el telón y vuelva la rutina, yo
volveré a pensar: a ver cómo te agradezco cada sentimiento que me diste, que me das. A ver
si algún día encuentro las palabras exactas y logro darle significado a esta
pasión llamada Carnaval.