jueves, 11 de agosto de 2016

Epifanía

La Caleta. Cádiz. Año 2014. 
La venda de mis ojos se cayó un día desgastada por el tiempo. Me cegó el sol y en aquella obnubilación fue donde empecé a ver que nos enredamos en cuerdas sobre las que se hace imposible mantener el equilibrio y rehuímos de los caminos de piedras en los que mantenernos en pie depende solo de nosotros; como la felicidad.

Y descubrí que es preferible sumergirse en el agua salada, aunque en ella escuezan las heridas, que ahogarnos en copas de vino envenenadas por otros.

Que valen más las verdades que nos hacen morder el polvo, que las mentiras que nos conforman y, a su vez, conforman una vida sustentada en el engaño.

Se reveló el valioso poder de una sonrisa frente a la incapacidad frustrada de la rabia. Aprendí a ganar; aprendí a aceptar la derrota. Aprendí, a fin de cuentas, a vivir. 

Y pacté con el sol que sus rayos ofuscasen mis ojos, porque solo entonces, en ese momento, mi alma lograría abarcarlo, y comprenderlo, todo. 

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