Hoy buscaría en alguna librería un título con el que
seguir llenando tu biblioteca. Y esperaría con ansia ese abrazo y ese beso feliz
y de inmenso orgullo, únicos.
Hoy me sentaría contigo para indignarnos juntos por
este mundo que me rodea; o para hablar de cosas más agradables y que llegaron a
mí gracias a ti, como el Carnaval o los Viernes Santos.
Hoy también podríamos escuchar a Sabina o Serrat, a
Joe Cocker o los Beatles. O quizás podríamos ver esa película que adorabas y cuyo
título se me quedó grabado como un lema que intento tener presente siempre: “¡Qué
bello es vivir!”. Sí, qué bello es vivir a pesar de todo, incluso cuando la
vida duele, porque es señal de que estamos viviendo.
Hoy podríamos hacer una lista de las cosas que nos
quedan por hacer, te contaría un secreto, o algún quebradero de cabeza, y
esperaría tu consejo, o que me acurrucases y me salvases de todo.
Hoy rememoro los cuentos que inventabas para mí, sin
princesas ni príncipes, y con los que era imposible no sonreír. Hoy agradezco
que me dejases dos aficiones convertidas en pasiones; son palabras que
describen mi mundo: leer y escribir.
Hoy, como todos los días, te pienso y recuerdo como
un buen hombre, un ejemplo, irrepetible e inolvidable. Hoy entiendo que te debo
a ti todo lo que soy.
Hoy, como todos los días, daría mi vida por un
ratito contigo, aun sabiendo que ese hoy que sigo soñando, hace mucho tiempo
que dejó de ser posible.
Hoy, como todos los días, reúno tus ganas de vivir y
las junto con las mías y, así, aprendo la lección: hay que seguir caminando.
P.D. Hace unos meses leí la siguiente frase en un
libro y la guardé porque resume mucho de lo que siento. Hoy la comparto: “Papá
me dejó cosas que solo con el tiempo he sabido entender…Él era, y es, el hombre
de mi vida”.