He decidido lo
que quiero que hagamos.
Quiero que nos
miremos con la misma ilusión con la que observo las portadas de los libros de
mi infancia, que recuperemos la inocencia y la ingenuidad; que volvamos a
descubrirnos.
También
tenemos que entusiasmarnos en cada caricia y tocarnos con similar delicadeza a
la que ponemos cuando pasamos las hojas de un libro nuevo que no queremos
deteriorar, o las de un libro antiguo por miedo a que se rompan, a dañarlo aún
más.
Dejaremos a
nuestras miradas que se devoren, como la poesía al alma (¿o era al revés? ¿Es el
alma la que devora poesía? ¿Quién necesita de quién?), y nos sumergiremos en
nuestras bocas como quien tiene una novela entre sus manos y decide vivir
intensamente la historia, interpretando todos los personajes pero en su tiempo determinado.
Imaginaremos
que nuestros lunares son páginas en blanco y encontraremos un
relato para cada uno de ellos.
Seremos la
biblioteca de las obras maestras, anónimas e inéditas; y tendremos teatro –prométeme
que siempre habrá más comedia que tragedia-. Nos convertiremos en el título que
estaremos dispuestos a leer a cualquier hora, en cualquier lugar y de todas las
posturas.
Y nos
taladrarán los versos; y nos tatuaremos besos.
Y ahora… ¿empezamos
a leernos?
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