viernes, 3 de julio de 2015

El olvido que seremos

Ya he comentado alguna vez que selecciono los libros porque me llama la atención su título, porque la historia es aparantemente atractiva o porque me lo recomiendan amigos o alguna de las cientos de personas que sigo en redes sociales. Éste ha sido el caso de la última obra terminada, aunque bien es cierto que el título también me resultó llamativo por ese toque nostálgico que incluye la combinación de sus palabras. 

El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince tuvo además un aliciente más: por su temática me tocó la fibra sensible desde los primeros párrafos. Podría contaros que este libro aborda la vida de Héctor Abad Gómez, médico y político colombiano, y que por lo tanto se habla de salud y de la convulsa situación política de Colombia durante los años 60, 70 y 80. Y que por eso me resultó interesante. Podría decir también que este libro habla de relaciones familiares y, al mismo tiempo, de escribir y literatura. Y por eso me ha resultado conmovedor. Pero es que además la obra nos cuenta la lucha incesante por una sociedad más justa y eso lo convierte en un libro de plena actualidad. 
Por encima de todos esos temas, que ya convierten a El olvido que seremos en un libro con multitud de alicientes, me quedo con que estas páginas encierran la historia de un padre contada por un hijo y eso ha sido una de las cosas que más me han marcado: la sinceridad de cada palabra y al mismo tiempo la distancia con la que se intentan escribir y que terminan dándote la impresión de una nostalgia serena, sin dramas exacerbados. En ese sentido es una auténtica genialidad que en mi caso me ha llevado no solo a un ejercicio de reflexión sino, más importante, a rememorar una serie de recuerdos que, al menos durante la lectura de estas páginas, han sido contemplados con más alegría que tristeza. Porque hay cosas que no regresarán pero podemos decir que las vivimos. 
He almacenado muchas citas maravillosas de este libro; os dejo una con la que me he sentido especialmente identificada: "Cuando me doy cuenta de lo limitado que es mi talento para escribir, recuerdo la confianza que mi papá tenía en mi (...). Creo que el único motivo por el que he sido capaz de seguir escribiendo todos estos años es porque sé que mi papá hubiera gozado más que nadie al leer todas estas páginas (...). Es una de las paradojas más tristes de mi vida: casi todo lo que he escrito lo he escrito para alguien que no puede leerme".

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