domingo, 19 de marzo de 2017

Días en blanco y letras

Días en blanco porque sobre ellos, al menos, puede escribirse.

Hoy no hay nada que celebrar, nadie a quien felicitar ni regalar; pero también hoy -y ayer y mañana- soy consciente de que un día lo tuve todo. A ratos le perdono a la vida la herida incurable que me hizo en el corazón; lo hago solo por el hecho de que allí es donde laten mis pensamientos y emociones, donde permaneces tú y todas las cosas
tuyas; otras creo que tiene muchas deudas pendientes conmigo por llevarse de golpe la mirada que mejor me observaba, tanto que ningunos ojos volverán a quererme igual. 

Mientras tanto, tiempo y miedo. Temor de que con la metamorfosis de cada estación se difuminen mis recuerdos, los verdaderos estandartes de mi día a día: gestos, acciones y peculiaridades que son lo único que yo llevo por bandera. 

También, caos y delirio. La locura de pensar en la fugacidad de la vida, revolverme en el pasado para buscar las respuestas a las preguntas que nunca quise hacerme; y, al mismo tiempo, el desorden y la manera incompleta en la que se me antojará que se  sigue presentando el futuro. 

Y al final, imaginación y serenidad. Crear, pero sobre todo creer que hay una estrella (más literaria que literal) que, sin luminiscencia y universos, devuelve mis pies -y mi razón- a la tierra cada vez que el mundo se me desmorona y mis alas echan a volar atraídas por cosmos desconocidos.