Después de meses sin vernos volvimos a
coincidir y hace unas semanas decidimos darnos una nueva oportunidad; otra más.
Me encuentro sola en este momento y mientras te pienso caigo en la cuenta de que,
quizás, esto no salga bien. Fracasaremos; otra vez. Y es que nos conocemos
tanto…
Sé que no te gusta tomar café por las
mañanas, que te enfadas cuando te asomas por la ventana y el cielo está gris, y
que el mal humor te durará todo el día si al abrir el correo no encuentras
respuesta a tus peticiones del día anterior. Sé que si coincides con tus
amigos te tomarás, al menos, dos cervezas y que, cuando vuelvas, me relatarás
anécdotas que ya me has contado en otras ocasiones. Sé que te gusta tararear
canciones mientras te duchas y que las informaciones del telediario te indignan
tanto que se te quitan las ganas de cantar; sé que te gustaría cambiar el mundo
y que, incluso, sueñas con ser reconocido un día como alguien especial.
Conozco tu olor, los rincones de tu cuerpo
que necesitan ser acariciados, tu locura en el momento en que te muerdo la boca
y que el lado derecho de la cama será solo tuyo a partir de determinadas horas.
Me he dado cuenta de cuánto te gusta mirarte al espejo y de que tu ropa, antes
de pasar por la lavadora o retornar al armario, ocupará unas horas la silla de
tu dormitorio.
Reconozco cuándo estás radiante y cuándo
preocupado con un simple y fugaz cruce de miradas. Sé que algunos días te
agobiará mi presencia, pero que me extrañarás ciertos meses de invierno. Sé que
cuando tardes en contestar a mis llamadas o mensajes estarás ideando excusas. Y
soy sabedora de que me echarás de tu vida sin echarme del todo.
Tú sabes de mi que me gustan los gintonics
con dos rodajas de limón, que no me importa volver a escuchar tu anecdotario,
que tengo razón cuando digo que me huyes, que prefiero dormir desnuda cuando te
tengo cerca y que, a veces, te escribo… Y nada más.