viernes, 26 de julio de 2013

Puedo escribir los versos...

En los últimos meses he leído mucha poesía. Mucha para lo que acostumbraba, he de admitirlo. De manera casual descubrí a José Ángel Buesa (del que ya hablaré en otra ocasión) y sin planificarlo ni buscar momentos idóneos de lectura me enganché a buena parte de su obra y por medio de ella, y gracias a las noches poéticas-trasnochadoras con una buena amiga, fui recordando algunos de los versos que más me habían emocionado siempre y fui adentrándome en otros desconocidos por mi hasta ahora. Y en el grupo de los primeros se encuentra un poema que creo que aún sería capaz de recitar de memoria y que forma parte de la primera obra poética completa que también leí. Fue además uno de mis primeros libros de adolescencia; de hecho, sigue compartiendo estantería con los títulos de El barco de vapor de mi época de niña.
El nombre de esta obra es 20 poemas de amor y una canción desesperada. El autor, Pablo Neruda. Y con estos dos datos, creo que hay poco más que decir. ¡Ah! Me falta añadir que el poema al que me refiero es el número 20.


Puedo escribir los versos más tristes esta noche. 




Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada, 

y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.» 


El viento de la noche gira en el cielo y canta. 

Puedo escribir los versos más tristes esta noche. 
Yo la quise, y a veces ella también me quiso. 

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos. 
La besé tantas veces bajo el cielo infinito. 

Ella me quiso, a veces yo también la quería. 
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. 

Puedo escribir los versos más tristes esta noche. 
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. 

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. 
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío. 

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla. 
La noche está estrellada y ella no está conmigo. 

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos. 
Mi alma no se contenta con haberla perdido. 

Como para acercarla mi mirada la busca. 
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. 

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. 
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. 

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise. 
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído. 

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos. 
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. 

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. 
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. 

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos, 
Mi alma no se contenta con haberla perdido. 

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, 
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

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