Desde
que supe el título del libro de Raquel Martos, Los besos no se gastan, tuve curiosidad por leerlo. A veces los
títulos nos llaman la atención y el contenido nos desilusiona, aunque no ha
sucedido en este caso y me alegro. He devorado esta novela de lectura
sencilla y amena que trata de la historia de dos amigas que se reencuentran
diez años después. El libro hace un repaso por sus vidas antes de la separación
y narra los sucesos que le acontecerán cuando la vida las vuelva a reunir.
Quizás el concepto de amistad que propone la obra sea algo utópico, más en estos
tiempos en los que las diversas metas personales o profesionales nos llevan a
alejarnos de nuestros orígenes y de los que podemos denominar nuestros amigos
de toda la vida. Sin embargo, este tipo de hechos provoca también que a esas
amistades de siempre se sumen personas a las que tal vez no vayas a ver con la
frecuencia que te gustaría, pero que se convierten en imprescindibles, en
importantes…y eso me parece una experiencia maravillosa. Y aún más maravilloso
es reencontrarte con ellas al cabo de los años, mirarlas, reíros y comprender
por qué te esforzaste en hacerlas parte de tu vida un día.
Y al
margen de todo esto (que es más una opinión personal que una valoración de la obra), Los besos no se
gastan me ha gustado porque a veces me he sentido Eva y otras Lucía (las
protagonistas de la novela) y porque me gusta llamar a las rubias que me rodean
“rubia”, y a mis morenas “morena” y eso me ha permitido convertir la obra en
una historia cercana, e incluso, ponerle rostro a los personajes de la misma.
La
frase con la que me quedo es esta (porque me recuerda mucho a lo que se acerca
a mi concepto de amistad, a esa complicidad única entre las personas): “los
seres humanos somos expertos en crear momentos mágicos en las peores situaciones”.
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