Llega el tiempo de sosiego y crees que la paz también está a la vuelta de la esquina;
confías en que llega el turno de que el martillo de los recuerdos deje de golpearte,
que las palabras de aquellos mensajes a los que te aferraste van a empezar a perder la tinta
y que aquella música ya nunca más será la que escuches en busca de emoción.
Eso piensas.
Luego, cuando paseas, encuentras huellas que te resultan conocidas,
y la oscuridad te teletransporta a las noches de encuentros y desencuentros,
terminas imaginando que regresan los susurros que tanto decían al resto del mundo
y vuelven también las miradas que delante de todos, solo pertenecían a dos.
Entonces te das cuenta de que aunque la calma ha vuelto, el invierno no se ha marchado,
y apuras los últimos días de frío antes de que el sol de marzo te haga ser consciente
de que tu sombra te acompaña y, a veces, no necesitas nada más.
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