domingo, 15 de marzo de 2015

Retrato de algunos domingos

Domingos que no amanecen hasta el mediodía,

con regusto a la amarga ginebra de la noche anterior;

los ojos rojos por el humo de los cigarrillos,

el cansancio de una noche en la batalla

y un arsenal de promesas que en seis días se incumplirán.

Ganas de nada -mucho menos de pensar sin pensar en ti-.

A pesar de la desgana leo en la prensa que la vida sigue igual,

o peor, que el mundo no se paró y que siguen en pie los corruptos

mientras que aquí y allí continuan cayendo los míos.

Escucho música para amansar a la fiera que se instala cada domingo en mi,

esa que se arrancaría la piel y entregaría el corazón,

la misma a la que le falta el aire cuando acaba la semana

y no termina de encontrar el lugar y el tiempo para ser feliz.

Justo cuando empiezo a pensar que las sábanas vuelven a estar frías

y van a vengarse de mi desorden llevándome a un lunes que es siempre caótico

aparecen las musas para recordarme que anoche bebía con amigos

y hoy van a ser ellas las que me sirvan las copas,

esta vez llenas de letras.

Con una luna distinta y distante, me traen esta madrugada

las palabras que fui incapaz de decir ayer,

las frases que no pude construir el pasado mes,

los poemas que nunca había llegado a componer.

Me faltan hojas en blanco, velocidad para escribir,

memoria para almacenar tantas ideas...

De pronto me paro y pienso: siempre tuve razón,

los domingos de resaca son inspiradores.

Quizás por eso me emborracho los sábados,

para embriagarme de nuevo los domingos.

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