Hoy me
ha despertado un bonito sueño. Tú habías conseguido romper la burbuja de
cristal en la que te encontrabas inmerso, y que ya no recuerdo si fue creada
por mi o tú solo elegiste entrar en ella, y acortabas la distancia que había empezado
a separarnos. Cuando al abrir la puerta te veía al otro lado conseguía olvidar
mis eternos ratos de soledad, que no eran otros que aquellos en los que tú no
estabas presente de alguna manera; desaparecían también las dudas acerca de lo
que hubiese pasado si hubiéramos dado los pasos que, hasta ahora, no nos
habíamos atrevido a dar; y, sobre todo, dejaba de soñar.
Por fin, frente a frente. Solos. Los dos. La claridad de tu sonrisa era solo para mi; tu
mirada se centraba en recorrer cada centímetro de mi cuerpo hasta que tus manos
comprendían la necesidad de abrazarme; y tus labios acariciaban los míos
impidiendo articular palabras que ya no nos hacían ninguna falta ni tenían
cabida en aquel momento. Me perdía en tu aroma y la felicidad por la magia de
ese instante provocaba que mi mente viajase por todos los parajes naturales y
ciudades que ideamos en numerosas ocasiones. Cuando conseguías que te dejase
hablar me decías que ya no tendría que preocuparme más, que no te marcharías
lejos como a veces anunciabas, que habías encontrado el camino adecuado y que
la puerta a la que acababas de llamar era tu meta. Y a mi no me quedaría más
remedio que llorar de emoción.
Otro
tipo de lágrimas me retornan ahora a la realidad, a las preguntas sin respuesta y a
este vacío que dejaste y que por ser tan especial creo que permanecerá así
siempre. Eso sí, prometo seguir soñando con nuestro encuentro imaginario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario