Si
algún día vuelvo, quiero encontrarte en una de las plazas por las que paseamos
juntos en más de una ocasión. Seguramente habrá una terraza en ella y tendrás
que proponerme que me tome una cerveza contigo…por los viejos tiempos.
Cuando
nos sentemos y me mires de esa manera única en la que la hacen tus expresivos
ojos oscuros, brotará también esa sonrisa enorme y sincera que me regalaste
tantas veces; sin pedir nada a cambio, ocultando tus tragedias.
Me
contarás con humor y sin darle importancia los temas que te preocupan o
afectan. Te reirás de ellos mientras tus manos buscarán el roce de las mías.
Nuestras manos juntas, tu consuelo. Escucharás con rostro pensativo la
narración de las historias que me traen de cabeza y cuando ambos regresemos a
nuestras casas me mandarás un mensaje de ánimo y me dirás que todo irá bien,
que solo es una mala racha o que no hay mal que cien años dure.
Pero
antes de llegar a ese momento, habremos llenado la mesa de la terraza de vasos
vacíos, recordaremos las vivencias más alegres y evitaremos hablar de los
recuerdos tristes (sobre todo tú). No seremos conscientes de lo que pasa a nuestro
alrededor; en la multitud solo existiremos tú y yo.
Al
despedirnos me abrazarás de forma protectora y me darás un puñado de besos en
la mejilla izquierda.
Y al
deshacer el camino que me llevó, por casualidad, hasta ese lugar, tendré la
sensación de que el tiempo no ha pasado tan deprisa y de que cumpliste la
promesa de pararme el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario